lunes, 9 de diciembre de 2013

EL LATIR DE UN CORAZÓN AUSENTE.





                                                                                                                          
           Subía la senda perezoso, conociendo el destino de su marcha.  Al lado de ese lento y pausado caminar estaban sus pensamientos.

-Fotografía Antonio Piñeiro Fernandez.-
          Él era “Manal Tatij” VIEJITO. No sabía muy bien si se escribía de ese modo, pero así sonaba en sus oídos. Alguna piedra, algún guijarro tropezaban descuidados con sus pies.
          Era primavera y el sol templaba la piel y los huesos. Esos huesos cansados de soportar las marchas y las miserias humanas, los egoísmos ciegos vacíos de esperanza; esos huesos arrepentidos de haber sido fuertes para correr y huir. Así, sin más. Dando la razón a la sinrazón y robando la cordura al amor.
No cabe duda que el invierno se ha despedido, pensó, huele a flores y luz. 
          Tomó asiento en un banco del parque con el sólo propósito de dilatar las horas y miró sus manos, sus pies, su alma y observó como unas cuantas palomas picoteaban el suelo. Entonces reparó en otros pies, otras manos, otros cuerpos que tal vez serpenteasen como el suyo… o tal vez no. Quizás se apresurasen al trabajo, o volvieran de él al cobijo del hogar. ¡Quién sabe qué!..
           La fuente de la plaza canturreaba su monótona y húmeda melodía y él gustaba de otra humedad: la del olvido. Pero esa, esa nunca llegaba. Acudía la del recuerdo, la del dolor, la de la ausencia; la de los cristales rotos por las pedradas del desprecio.
           Pero era primavera. ¡Aquí era primavera! Pensó que en otro lugar del planeta se habría acomodado el otoño con su color amarillo,  con su tiempo caduco… el otoño que anuncia el frío.
          Prosiguió su andar y se adentró en las afueras, hacia el bosque en busca de refugio. Ahuyentado por los monstruos de su imaginación.
 
          Como cada día llegó hasta el arroyo y allí se abandono en la ribera. Mirando y mirando la caída del agua entre los pedregales y nadando con la mente aguas arriba como un salmón, hasta las montañas. Hasta aquellas montañas duras, hasta aquella selva oscura, hasta aquella espesura. Y allí, en la orilla, con sus manos de viejo, sus dedos de viejo, sus uñas de viejo, rebuscó  algo dentro del viejo bolsillo de su vieja chaqueta. Sacó un sobre con unas cuantas hojas manuscritas:

           Alguien le cuenta cosas de su otra vida. Algún alma caritativa le trae a la memoria que fue otro en otro espacio y en otro tiempo.
           Fija su mirada en un negro móvil y reconoce seis caras entrañables, doce ojos que ama, seis corazones que bombean su misma sangre.

Se atreve a llorar sin lágrimas, con llanto seco de desierto…Entonces, se para el tiempo y se acaba el mundo; se le escapa el aire por entre los recodos del arroyo.

           Al otro lado del inmenso mar, otra historia transcurre simultánea:
Es otoño, al otro lado en un rincón, seis corazones echan en falta el latido original.
        Abren con cariño un álbum de fotografías  y ocho ojitos de cuatro pequeñas almas, buscan en las imágenes al ser querido que les falta.
-¡Mirad!- Exclaman dos hombres que tienen casi todo en común- ¡Ese era vuestro abuelo! Y doce ojos llueven como corresponde a las tardes de otoño…
           Desconocen que el viejo sigue vivo y que cada día cuando mira al móvil les está acariciando.
         Dos mundos y siete corazones que se extrañan entre sí…
En uno de los mundos un teléfono  pierde cobertura y en el otro el álbum de fotos se cierra inexorable… Y así, cada día… hasta que se rompa el maleficio.



                            Ragomance. Madrid  Octubre 2013










  






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