Subía la senda perezoso, conociendo el
destino de su marcha. Al lado de ese lento y pausado
caminar estaban sus pensamientos.
-Fotografía Antonio Piñeiro Fernandez.- |
Él era “Manal Tatij” VIEJITO. No sabía muy bien si se escribía de
ese modo, pero así sonaba en sus oídos. Alguna piedra, algún guijarro
tropezaban descuidados con sus pies.
Era
primavera y el sol templaba la piel y los huesos. Esos huesos cansados de
soportar las marchas y las miserias humanas, los egoísmos ciegos vacíos de
esperanza; esos huesos arrepentidos de haber sido fuertes para correr y huir.
Así, sin más. Dando la razón a la sinrazón y robando la cordura al amor.
No cabe duda
que el invierno se ha despedido, pensó, huele a flores y luz.
Tomó asiento
en un banco del parque con el sólo propósito de dilatar las horas y miró sus
manos, sus pies, su alma y observó como unas cuantas palomas picoteaban el
suelo. Entonces reparó en otros pies, otras manos, otros cuerpos que tal vez
serpenteasen como el suyo… o tal vez no. Quizás se apresurasen al trabajo, o volvieran
de él al cobijo del hogar. ¡Quién sabe qué!..
La fuente de
la plaza canturreaba su monótona y húmeda melodía y él gustaba de otra humedad:
la del olvido. Pero esa, esa nunca llegaba. Acudía la
del recuerdo, la del dolor, la de la ausencia; la de los cristales rotos por
las pedradas del desprecio.
Pero era
primavera. ¡Aquí era primavera! Pensó que en otro lugar del planeta se habría
acomodado el otoño con su color amarillo,
con su tiempo caduco… el otoño que anuncia el frío.
Prosiguió su
andar y se adentró en las afueras, hacia el bosque en busca de refugio.
Ahuyentado por los monstruos de su imaginación.
Como cada
día llegó hasta el arroyo y allí se abandono en la ribera. Mirando y mirando la
caída del agua entre los pedregales y nadando con la mente aguas arriba como un
salmón, hasta las montañas. Hasta
aquellas montañas duras, hasta aquella selva oscura, hasta aquella espesura. Y allí, en
la orilla, con sus manos de viejo, sus dedos de viejo, sus uñas de viejo,
rebuscó algo dentro del viejo bolsillo
de su vieja chaqueta. Sacó un
sobre con unas cuantas hojas manuscritas:
Alguien le
cuenta cosas de su otra vida. Algún alma caritativa le trae a la memoria que fue
otro en otro espacio y en otro tiempo.
Fija su mirada en un negro móvil y reconoce
seis caras entrañables, doce ojos que ama, seis corazones que bombean su misma
sangre.
Se atreve a
llorar sin lágrimas, con llanto seco de desierto…Entonces, se para el tiempo y se
acaba el mundo; se le escapa el aire por entre los recodos del arroyo.
Al otro lado
del inmenso mar, otra historia transcurre simultánea:
Es otoño, al
otro lado en un rincón, seis corazones echan en falta el latido original.
Abren con cariño un álbum de fotografías y ocho ojitos de cuatro pequeñas almas,
buscan en las imágenes al ser querido que les falta.
-¡Mirad!-
Exclaman dos hombres que tienen casi todo en común- ¡Ese era
vuestro abuelo! Y doce ojos
llueven como corresponde a las tardes de otoño…
Desconocen
que el viejo sigue vivo y que cada día cuando mira al móvil les está
acariciando.
Dos mundos y
siete corazones que se extrañan entre sí…
En uno de
los mundos un teléfono pierde cobertura
y en el otro el álbum de fotos se cierra inexorable… Y así, cada día… hasta que
se rompa el maleficio.
Ragomance. Madrid Octubre 2013
Sin palabras
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