viernes, 8 de julio de 2016




Martes trece

Martes y trece. El día había empezado movidito para Nati. Primero el numerito de Tonin porque no quería ir al cole, que cuando la criatura se levanta torcida no hay un dios que lo aguante; luego, Antonio, su padre, arrebujado bajo el edredón diciendo que está malísimo (más bien de resaca que de gastroenteritis) ¡Menudo cuentista! Y, para colmo, su suegra aconsejándola que cuide bien de su hijo. ¿Pero quién se habían creído que era ella…?
Mira, Carmen, le soltó por el teléfono, como diciendo ¡Qué te den!, que me voy al cole con el niño y si te preocupa el tuyo ya sabes dónde vivimos.
— ¡Antonio, que me voy a llevar al niño! —gritó desde la puerta mientras bajaba la estirada del tercero con su traje de marca falsificada—. Y me voy directa al curro, ¡que no llego!
Bajó los escalones de dos en dos y a la carrera, como siempre. La mañana fría y húmeda, toda llena de paraguas multicolores y gritos estridentes de los niños mientras entraban al patio de la escuela.
Se apretó la capucha y se dirigió a la casa en donde limpiaba dos veces por semana. ¿A ver qué se encontraba hoy después de dos días de fiesta? La verdad es que la situación en la que se encontraban era crítica, con Antonio sin trabajo ni subsidio y ella con tres casas para hacer, tan solo subsistían.  En cuanto terminara se metería en el internet de Laura, su amiga, y buscaría el modo de salir de ese atolladero.
«Ya me lo decía mi madre: que con ese chico no tienes futuro, Nati, que se agarra a ti como una lapa pero él todo lo que gana se lo gasta en juergas.» Pero claro, estaba el tema de Tonin: que de golpe y porrazo se quedó embarazada y a ver qué solución tenía eso.
A las doce acabó y se marchó a casa de su amiga. Todos los días buscaba ofertas de empleo.
—Hola, niña, ¿cómo se presenta la semana? Primero una cervecita y te metes en ‘Infojobs’ a ver qué tal…
—Harta que estoy, Laura. Cualquier día mando a la mierda a este tío.
Después de mirar unos cuantos anuncios encontró algo que le llamó la atención:
   “Se necesita camarera para bar de pueblo a una hora de Santiago y a quince minutos de Ordenes y Aruza. Imprescindible chica trabajadora, responsable, guapa y un poco puta, con un trato agradable con los clientes. Incorporación inmediata y contrato fijo. Sueldo 1500 euros. Opción de alojamiento si eres de lejos.”
No se lo pensó dos veces. Regresó a casa y le dijo a su marido que hoy tenía que ir a buscar a Tonin y que, seguramente, sería así todos los días porque iba a conseguir un empleo fuera como fuera.
Se dio una ducha rapidita, se maquilló como hacía tiempo que no lo hacía y en el fondo del armario rebuscó algo que la hiciera sentirse ‘sexy’.
Soy guapa todavía, se dijo, colocándose los senos un poco fuera del sujetador bajo un suéter negro que utilizaba en las nocheviejas. Completó su atuendo con una minifalda roja con un ribete de pequeños flecos y unos botines espectaculares que vio en el chino de la esquina. Cogió el abrigo y el bolso y le preguntó a su marido:
—¿Qué tal voy?
—Pareces una puta —respondió con un botijo en la mano.
— Pues de eso se trata, Antonio. Tal vez alguna vez te sirva una copa en una de tus juergas. ¡Ah!, recuerda que el niño sale a las cinco.
Dio un tremendo portazo al cerrar la puerta y se dirigió toda contenta a conseguir un poco de dignidad.
Galicia era preciosa cuando chispeaba.

                                                     Mari Ángeles Cecilia Ramírez. Ragomance.




martes, 5 de julio de 2016




La mariquita y su traje verde

La mariquita decidió cambiarse de traje. Desabrochó los botones de su vestido rojo y buscó en el armario algo que no le hiciera parecer atrevida. En realidad, no se relacionaba con muchos animales. Solo salía de casa para ir a misa y dar clases de canto y no le gustaba llamar la atención.
—Con éste traje verde pasaré más desapercibida —pensó Lolita sacando la prenda y ajustándosela al cuerpo con mucho mimo.
Se miró, se remiró y se vio guapa.
Colgó con cuidado su ropa de brillante charol bermejo, se pintó los labios de rosa pálido y salió a la calle.
Aquella mañana, con el velo en la cabeza - pues era domingo -, comprobó que nadie se volvía a mirarla como en otras ocasiones. Nadie excepto aquel joven que, desde hacía unas semanas, se escondía tras los árboles para seguirla con la mirada encandilada. Era alto, fuerte, elegante y, además, parecía tan tímido que nunca se había atrevido a darle, siquiera, los buenos días. A Lolita le gustaba de verdad y creyó que ya que él no se decidía, debería tomar la iniciativa e invitarle a tomar el té.
— Debes ser nuevo en el bosque, ¿verdad?— preguntó al apuesto pretendiente según pasaba por los almendros en flor— ¿Te gustaría merendar esta tarde en mi casa?
— Co...con mu…mucho gusto —tartamudeó el forastero haciendo una reverencia mientras sus mejillas se teñían de rojo.
A las cinco en punto, el joven atravesaba el jardín de la casa de la mariquita con un bonito ramo de flores y bombones de grosella.
Tocó varias veces a la puerta y, al no obtener respuesta, empujó suavemente la cancela y franqueó el umbral de la casa.
 La luz de la tarde primaveral se tamizaba por entre unos delicados visillos de encaje que cubrían las ventanas, dando a la estancia un adorable clima cálido y sosegado. Sobre la delicada mesa, cubierta con un fino mantel de hilo, descansaban la tetera y dos tazas blancas, adornadas con ramilletes de lilas y, en un rincón de la sala, dormida sobre una mecedora, se encontraba Lolita con un libro de cuentos reposando en su regazo.
Estuvo mucho tiempo admirando sus frágiles patitas, sus ojitos negros y los lunares de su vestido. A él le gustaba mucho más el de color rojo, pensó.
Miró unas cuantas fotos familiares  que descansaban en una estantería y puso en marcha un tocadiscos: comenzó a sonar una suave melodía…
La mariquita comenzó a desperezarse casi al anochecer. Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.


Mari Ángeles Cecilia Ramírez. Ragomance.
 2016


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domingo, 20 de diciembre de 2015

Golpe a golpe.





Unos gritos, unos zarandeos, un puñetazo y el golpe seco de mi cuerpo al estrellarse contra el suelo.
 Ordenas que me levante de una puta vez; que no haga más comedia…  Y te enfureces al ver que no me muevo; y me pateas sin dejar de insultarme y vuelves a gritar, mientras trato de tomar aire; entonces el pastoso sabor de la sangre me viene a la boca.
Paseas por la alcoba como un león enjaulado; hablando y hablando cosas que no logro entender, mientras una intensa punzada me atraviesa desde la cabeza a los pies y tengo mucho frío.
Te agachas y tomas mi cara; me besas llorando, sintiendo que mi respiración es jadeante. Me imploras el perdón que no me queda y, en mi mente, las imágenes se agolpan como en una vieja película:
“Y me veo a mi misma en el bar donde te conocí; absorta, desentrañando el remolino que forma la cucharilla dentro de la taza de café, mientras le voy dando vueltas y más vueltas... Observo cómo el color pizarra del contenido del recipiente, se funde con el de la tarde, mostrando inequívocas señales de despedida.
Tomo un lápiz y, sobre una servilleta de papel, intento escribir unas palabras. Mis manos no son las mismas. Los dedos han cambiado. Semejan diez prolongaciones rígidas y metálicas.
En la mesa descansan un ajado periódico gratuito, un manoseado libro y los recuerdos -ya sabes que la nostalgia y tú siempre fuisteis mis inquilinos-
Y se me desbordan los sentimientos. Caen, en cascada, sobre lagos de besos y golpes. Escuecen en los ojos por fuera y en el alma por dentro.
De pronto, todo es mirar: miro la calle a través del cristal, a los paseantes con sus perros, a los artistas urbanos mendigando unas monedas y a la chica que espera el autobús. Lanzo mi corazón al aire y me digo “¡Cara o cruz! ¡Tú eliges!” 
Me detengo en mi piel y aprecio un color oscuro dibujándome las venas. Un color negro de tinta china; tinta de calamar que todo lo mancha; una tinta narradora de días y meses, escritora de meses y años.
Salgo de aquel lugar y  me envuelve un amarillo campo de otoño. ¡Puedo recorrer el tiempo con tanta facilidad…!
 Y me traslado a una pálida y fría nieve de invierno, que se evapora en colores a lomos de un potro salvaje. Y galopo hacia la verde primavera y ruedo por inclinadas laderas que me raspan la piel.
Me elevo sobre campos de espliego y manzanilla; y remonto colinas que desembocan en un verano seco y rencoroso por tener que endurecer trigos y provocar asfixias de pico de pájaro. Un verano trasnochador de luz de luna y madrugador de calor de sol. Supongo que el verano es el purgatorio del año.
Ya sabes… ¡Cosas de sueños!
La tormenta amenaza insistente; recuerdo haber dejado ropa tendida y los balcones abiertos. (Siempre peco de confianza con el tiempo; me olvido que me engaña y que cambia en cuanto me doy la vuelta. Como te sucede a ti…)
El regreso a casa es lento. Los semáforos en verde me miran y se impacientan a mi paso. Me duelen los besos y me lloran las manos negras que ya no escriben, ni piensan, ni hablan… Sólo laten, se destiñen y extrañan al otro tú que fuiste…
Los adoquines se pintan con mis despojos y tus ausencias; y poco a poco, me voy convirtiendo en un rastro enlutado que salpica las aceras.
Apoyada en un muro, descanso del sudor y del miedo; y veo cómo voy disolviéndome, formando un charco opaco, sin vida, que la lluvia diluye.
Y, así, de mi existencia tan solo queda un “te quiero” emborronado en la pared y unos churretes por el suelo, que el agua y el viento se encargarán de borrar.”

Ahora ya no duele. Oigo cómo aporrean la puerta y el calor de tu agitado aliento rozándome la cara. El frío ha desaparecido y me siento tranquila y ligera.
Me levanto y puedo vernos: yo inerte en el suelo y tú, mostrando la imagen más desoladora que nunca imaginé.
A lo lejos, suenan sirenas y soy feliz. Por fin he conseguido librarme de ti y de mí.

Mari Ángeles Cecilia Ramírez. Ragomance. 6-12-2015

viernes, 21 de marzo de 2014

EXISTE UN LUGAR






Existe un lugar
en donde el recuerdo
se hace fantasía
y vela tus sueños.
Un pequeño mundo 
que quiere inundarte
de vida, de risas
y caricias suaves.

Cuando tengas dudas,
cuando sientas miedo
y creas que nada
parece ser cierto...
Busca en mi mirada
y tendrás aliento.

Si quieres llorar
y anhelas ser viento,
si quieres gritar,
convertirte en fuego...
yo seré el reposo
del bravo guerrero.
No pierdas la fe
y sigue luchando.
  Porque yo, te espero.
Porque yo, te amo.

martes, 14 de enero de 2014

Memorias de una loca.


https://www.facebook.com/mariangeles.c.ramirez



Imagen recogida de Internet




            Les podría confesar que, en el fondo del cajón de las cosas importantes, oculto la caja de tus besos. Nunca quise que se fueran por el desagüe con el agua que se deslizaba por mi piel. Me los fui retirando con cuidado y les puse juntitos con mis susurros de amor. ¡Qué no se extrañen! ¡Qué no se olviden!

A veces, entreabro la tapa para verles y oigo palabras suaves y suspiros; pero he de andar con precaución: hay besos mansos y tranquilos que se asoman vergonzosos a ver quién mira desde fuera. Sin embargo, hay otros rebeldes. Son los de las noches de pasión y fuego: fuertes, insaciables e impetuosos. Me saltan a la cara, bajan por mi cuello y me dibujan el cuerpo, buscando cobijo en el recuerdo de sus rincones preferidos. ¡Cómo me hacían soñar! ¡Resulta tan difícil desprenderse de ellos nuevamente!
No sé qué habrás hecho tú con los míos. Me gustaría que los hubieras convertido en avioncitos o barquitos de papel. Que volaran  o navegaran de regreso a mí trayendo tu sabor. Te prometo que te los mandaría de vuelta, repletos de todos los que me sobran desde que no estás aquí.