martes, 5 de julio de 2016




La mariquita y su traje verde

La mariquita decidió cambiarse de traje. Desabrochó los botones de su vestido rojo y buscó en el armario algo que no le hiciera parecer atrevida. En realidad, no se relacionaba con muchos animales. Solo salía de casa para ir a misa y dar clases de canto y no le gustaba llamar la atención.
—Con éste traje verde pasaré más desapercibida —pensó Lolita sacando la prenda y ajustándosela al cuerpo con mucho mimo.
Se miró, se remiró y se vio guapa.
Colgó con cuidado su ropa de brillante charol bermejo, se pintó los labios de rosa pálido y salió a la calle.
Aquella mañana, con el velo en la cabeza - pues era domingo -, comprobó que nadie se volvía a mirarla como en otras ocasiones. Nadie excepto aquel joven que, desde hacía unas semanas, se escondía tras los árboles para seguirla con la mirada encandilada. Era alto, fuerte, elegante y, además, parecía tan tímido que nunca se había atrevido a darle, siquiera, los buenos días. A Lolita le gustaba de verdad y creyó que ya que él no se decidía, debería tomar la iniciativa e invitarle a tomar el té.
— Debes ser nuevo en el bosque, ¿verdad?— preguntó al apuesto pretendiente según pasaba por los almendros en flor— ¿Te gustaría merendar esta tarde en mi casa?
— Co...con mu…mucho gusto —tartamudeó el forastero haciendo una reverencia mientras sus mejillas se teñían de rojo.
A las cinco en punto, el joven atravesaba el jardín de la casa de la mariquita con un bonito ramo de flores y bombones de grosella.
Tocó varias veces a la puerta y, al no obtener respuesta, empujó suavemente la cancela y franqueó el umbral de la casa.
 La luz de la tarde primaveral se tamizaba por entre unos delicados visillos de encaje que cubrían las ventanas, dando a la estancia un adorable clima cálido y sosegado. Sobre la delicada mesa, cubierta con un fino mantel de hilo, descansaban la tetera y dos tazas blancas, adornadas con ramilletes de lilas y, en un rincón de la sala, dormida sobre una mecedora, se encontraba Lolita con un libro de cuentos reposando en su regazo.
Estuvo mucho tiempo admirando sus frágiles patitas, sus ojitos negros y los lunares de su vestido. A él le gustaba mucho más el de color rojo, pensó.
Miró unas cuantas fotos familiares  que descansaban en una estantería y puso en marcha un tocadiscos: comenzó a sonar una suave melodía…
La mariquita comenzó a desperezarse casi al anochecer. Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.


Mari Ángeles Cecilia Ramírez. Ragomance.
 2016


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